«Artistas de catálogo, literatos de sección amena, graciosos de gacetilla, elegantes de prendería, sois unos cursis». Después de este sermón de Francisco Silvela quedan pocas ganas de seguir adelante. Pero, en fin, todo sea por dar a conocer este librillo jocoso, “Arte de distinguir a los cursis”, que juega con la pedantería y a veces la toca, sin llegar a pringarse.
El de Francisco Silvela, conocido político conservador del siglo XIX, es uno de esos textos breves que se leen sonriendo y dejan un estupendo gusto final. Por supuesto, una lectura honesta de esta obra llega por necesidad a la conclusión de que todos somos cursis en mayor o menor medida. Tampoco hay que desesperarse pues, como suele decir Claude Chabrol: «La estupidez es mucho más fascinante que la inteligencia, pues ésta es limitada, mientras que la primera, no».
¿Es lo mismo estupidez que cursilería? En su prólogo a la obra de Silvela, Mario Merlino caracteriza al cursi como la encarnación del “quiero y no puedo”, como el enfermo de afectación, pedante, exhibicionista y temeroso de caer mal.
Conviene leer a Silvela para vacunarse contra toda esa subliteratura cutrona sobre que las “buenas maneras” que funciona por ahí. La “cursería”, como escribe Silvela, se consigue con «contumacia y complacencia en ella; el que es una cursi por casualidad, por obligación, por política o por economía, es sólo un cursi accidental que merece disculpa».
Como muestra Silvela, sobre gustos hay mucho escrito.