Es menos probable que les haya sucedido algo como lo que voy a plantear a continuación, pero imaginen las escenas: van al cine y el proyector está en mal estado, de manera que la imagen es de una palidez extrema, o el sonido está muy deteriorado. O bien pagan la cara entrada de una ópera y al levantarse el telón observan que a la orquesta le falta la sección de viento porque sus integrantes están indispuestos, el decorado se cae a pedazos y el tenor está acatarrado y apenas puede cantar. ¿Qué harían en esos casos? Pedir que detuvieran la película o se suspendiera la función y reclamar bien el importe de la entrada, bien otra para cuando las cosas estuvieran en condiciones.
¿Por qué entonces se celebran corridas de toros en condiciones lamentables y nadie reclama? Es más, el público está esperando que en el último minuto se detenga el aguacero para que haya corrida, aunque sabe que la arena estará en pésimo estado y podrá disfrutar muy poco del espectáculo. ¿Por qué somos tan exigentes -como debe ser- para unas cosas y tan poco para otras?