Félix de Azúa reinterpreta el Génesis y hace que la historia triste de los hombres que quisieron juzgar –y jugar– a Dios se cruce con la peripecia de una familia de origen vasco en la Venezuela de los años cincuenta. Los dos relatos discurren paralelos y en ellos están, de diferente manera, por supuesto, los mismos elementos: el afán de conocimiento, la envidia, el odio, la culpa, el sexo, la amenaza siempre presente –aunque sea de forma velada– del incesto y tantos otros.
Cuando el escritor catalán reescribe el Génesis usa un lenguaje; cuando cuenta la trayectoria de la pareja de edad dispar, con una hija pequeña, en Caracas, usa otro, más directo, sin tanta carga metafórica. Pero en ambos casos la escritura de Félix de Azúa es profunda y conduce a la reflexión, obliga a detenerse para comprender la conexión profunda que ambas historias tienen por más que parezcan muy alejadas en el tiempo y el espacio.
Solo al final las dos historias se juntan y en ese momento también el narrador, que hasta entonces era una tercera persona lejana –casi como si fuera Dios–, irrumpe en primera persona. La historia cobra así otro carácter.
El regreso de Azúa a la novela se produce con este texto de impecable escritura y profundo significado, que permite lecturas diferentes y sugiere una reflexión.
(Publicado en elcorreo.com)