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César Coca

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Tenemos un grave problema (educativo)

Ávila, viernes 25 de octubre. Nueve de la noche. Plaza de Santa Teresa. Varios grupos de adolescentes ocupan una zona de la plaza. Charlan, beben y ríen. Algunos se dirigen hacia un indigente de unos cincuenta años que, con claros signos de ebriedad, camina por los soportales. Hay un intercambio de frases y pronto se inicia una pelea o una farsa de pelea entre el indigente y el grupo de chicos. Uno de ellos, más alto, más fuerte, más insolente, lleva la voz cantante. En apenas unos segundos, todos los muchachos de la plaza se arremolinan haciendo un corro, una especie de ring dentro del cual se mueven el indigente y el líder juvenil y sus acólitos más osados. A través de las redes sociales alguien lanza un aviso y en unos pocos minutos llegan no menos de doscientos adolescentes que se suman a la fiesta. Todos animan al muchacho pendenciero con un cántico de letra sencilla: “Pepe, mátalo”. Hay un amago de golpes. En algún momento, el chico lanza una patada que alcanza al hombre. Muchos graban la escena con sus móviles. Adivinen para qué.

Algunos adultos que pasan por allí recriminan a los jóvenes su actitud. Reciben la indiferencia o el desprecio como respuesta. El camarero de un local próximo, avisado por unos turistas, llama al teléfono de la Policía local. Le cuesta casi cinco minutos que atiendan su llamada. Los agentes llegan un buen rato después (al parecer, no había ningún vehículo próximo a un lugar tan céntrico). Paran el coche y esperan antes de salir del mismo. Justo el tiempo preciso para que la mayor parte de los muchachos se alejen rápidamente del lugar. Por fin, paran el penoso espectáculo y al cabo de unos minutos vuelve la normalidad a la plaza.

Casi una hora más tarde, un grupo más pequeño de jóvenes (los cabecillas son los mismos de antes) emprende de nuevo la pelea o la farsa de pelea con el indigente en el mismo lugar. Otros dos sin techo, mucho más jóvenes, observan a veinte o treinta metros de distancia sin intervenir. Tampoco los chicos se meten con ellos. Vuelven los gritos.

¿Por qué les cuento esto? Porque refleja que tenemos un grave problema educativo. No solo en Ávila, por supuesto. Estoy seguro de que este es un espectáculo no infrecuente en muchísimas poblaciones españolas. Esa falta de respeto hacia las personas, ese gregarismo estúpido, ese afán por grabar cualquier escena que resulte humillante para alguien y luego difundirla en la red para que el escarnio sea mayor. Contaba el gran Gila un chiste que estos chicos aplican en su más absoluta literalidad: “Una noche salía del cine con mi mujer, decía el cómico, cuando en un callejón vimos cómo cuatro hombres golpeaban a un pobre chico. ¿Qué hago, me meto o no me meto? Me metí, y entre todos le dimos una paliza…”

¿Qué aprenden nuestros jóvenes en casa, en los medios de comunicación, en la calle y en la escuela? ¿Es divertido ver una pelea, aunque no sea cruenta y tenga más de burla que de otra cosa? ¿Qué valores han adquirido esos chicos? Ni uno solo terció para que acabara aquello. Ninguno elevó la voz en defensa del indigente. Ni uno solo atendió a las peticiones de los adultos para que cesara el acoso. Antes al contrario: se sumaron a los cánticos de linchamiento. Ya sé que cuando gritaban “Pepe, mátalo”, no querían que el joven lo matara. Pero ya me parece grave que lo cantaran. Sin olvidar que, de vez en cuando, a alguno se le va la cabeza y prende fuego a un cajero con un indigente dentro.