¿Vieron ‘Reservoir dogs’ de Tarantino? ¿Recuerdan al ‘señor Azul?
¿Vieron ‘Runaway train’, de Andrei Konchalovsky? ¿Recuerdan a Jonah,
aquel anciano presidiario que cree que ya no aguantará otra paliza?
Eran la misma persona, el ex delincuente, escritor y actor Edward
Bunker, fallecido hace un año. Estos días he terminado de leer su
autobiografía, ‘Educando a un ladrón’.
El libro pertenece a un género muy norteamericano: La redención del
crimen por el espectáculo. Es decir, la posibilidad de convertir a un
criminal en un héroe si su historia es susceptible de ser llevada a la
pantalla. ‘Papillon’ o ‘McVicar, enemigo público número 1’, forman
parte de este género. En España, a un nivel más casero, tenemos
‘Volando voy’, la película de Miguel Albadalejo sobre Juan Carlos
Delgado ‘El Pera’, o las más antiguas y autodestructivas películas de
‘El Vaquilla’.
No sé si con esas historias se estará animando a la delincuencia.
Imagino a un par de tipos preparando el asalto a un casino. Siempre
pueden pensar que se pueden forrar con el botín y luego, si les pillan,
volverán a trincar escribiendo el libro sobre cómo lo hicieron.
Pero bueno, al libro de Bunker. Hay varios momentos geniales pero me
limitaré a destacar dos, ahorrando cualquiera de las muy frecuentes
escenas de violencia que tiene el libro.
Una de ellas es cuando al recién salido de prisión Edward Bunker le
contrata la esposa de un alto ejecutivo de Hollywood, que emplea
delincuentes juveniles como acto de piedad. La mujer se ofrece a
pagarle una operación de cirugía que le limpie los tatuajes carceleros
que le cubren la piel. El acepta borrarlos, pero piensa: «Los tatuajes
de la cabeza, los que no se ven, no me los borrarán nunca».
El segundo momento es cuando, en compañía de la misma mujer, visita a
Marion Davies, la amante del magnate William Randolph Hearst . Van a
‘El Rancho’, al ‘Xanadú’ que Welles recreó en Ciudadano Kane. Pero
Hearst ya no es el potentado todopedoroso de antaño. Mantiene su
imperio de medios de comunicación pero ha sufrido varias apoplejías y
vive amarrado a una silla de ruedas. Balbucea y la saliva le resbala
por la comisura de los labios.
El delincuente Edward Bunker, carne de presidio, traficante de drogas,
futuro proxeneta, matón, un don nadie que sólo ha aprendido que el que
pega primero tiene más posibilidades de sobrevivir, se pierde en la
mansión y se encuentra con Hearst, al que han abandonado en una sala
como a un objeto inútil. El magnate babea y Bunker le mira. ¿Cuál de
los dos es más poderoso ahora?