Lo más injusto para cualquier creador es no poder disfrutar del éxito de sus creaciones. En el ámbito de la música hay no pocos casos de esos, pero uno de los más célebres es el de Schubert. Murió joven, con solo 31 años, vivió casi siempre en la pobreza y su obra tuvo una difusión más bien escasa. En la última etapa de su vida, bebía en exceso y sufrió una sífilis que habría de llevarlo a la tumba. Frecuentes desequilibrios de su personalidad le hicieron abandonar algunas obras sin causa aparente (por ejemplo, su célebre Sinfonía Incompleta). En 1827, fue uno de los artistas vieneses que llevó a hombros el féretro de Beethoven durante una impresionante manifestación en la que participaron decenas de miles de personas. Quizá intuía que no iba a sobrevivirle durante mucho tiempo. Quizá también envidió el éxito y el reconocimiento que había alcanzado el sordo de Bonn.
La pieza que hoy les propongo fue publicada con carácter póstumo: se trata de Ständchen (Serenata), uno de los lieder de Schwanengesan (El canto del cisne), una colección así llamada por el editor, que recoge canciones sin demasiada unidad temática, unidas por el hilo conductor de ser el testamento musical de su autor. Ständchen es un lied bellísimo. No se me ocurre otro calificativo más ajustado. Se lo dejo en este fin de semana postrero de septiembre en dos versiones: una de las grabó Dietrich Fischer-Dieskau, la referencia absoluta en este repertorio; la otra, la pianística, en el arreglo de Liszt para este instrumento. Y con otro monstruo al teclado: Vladimir Horowitz. Es muy difícil hallar tanto talento reunido.