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César Coca

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Tagore y el nuevo curso

Asocio el inicio de septiembre a los libros nuevos y al olor de la tinta con que estaban impresos. Recuerdo cuando iba al colegio, dos o tres días antes de que empezaran las clases, y tenía esperándome el lote de libros que utilizaríamos durante el curso. Los metía en la cartera (pertenezco a una generación que llevaba cartera, no mochila) y durante el breve viaje en tren hasta mi casa abría alguno de esos volúmenes y repasaba los temas y las imágenes tratando de adivinar si aquello sería fácil o difícil de asimilar. También olía las páginas buscando el olor a tinta fresca. Siempre me ha gustado la tinta de los libros y la de los periódicos. Y el tacto del papel.
A mí no me gustaba que acabaran las vacaciones, por supuesto, pero entre las cosas que me hacían más llevadero el inicio de la rutina estaba esa serie de novedades que prometían los libros que acababa de recoger. Nuevas historias, nuevos argumentos, nuevos datos (para mí, claro, no para otros muchos) que estaban ahí, esperándome.
Ahora me sucede lo mismo. Termina el verano y con él los días largos de sol y brisa cálida, los horarios más livianos, la vida en la calle. Vuelve la rutina. Y de nuevo ese panorama que en sí es tan poco alentador se ve muy aliviado por los libros que llevo en la cartera. Una cartera metafórica porque lo que tengo ahora son expectativas: la lectura de esos títulos que se anuncian, el goce con esos conciertos que están programados, o esas exposiciones que llegarán. La cultura nos cambia la vida, nos la alegra o nos la explica, nos produce placer o nos consuela en los duelos grandes y pequeños. Nos divierte o nos inquieta, pero siempre nos ayuda.
Miro mi cartera virtual y se me alegra el otoño que se avecina solo con la expectativa de leer lo nuevo de Vargas Llosa, Pamuk, Wolfe, Eco, Redondo, Verdon o Rutherfurd; con la temporada de conciertos que se abre con un lujo, el recital de Lang Lang, y continúa con tantos programas interesantes; con esos verdis y esa Carmen que llenarán de pasión del escenario. Parafraseando a Tagore, no debemos llorar porque acaba el verano, porque las lágrimas nos impedirán ver todo lo que la cultura nos reserva para el nuevo curso.