El paso del tiempo suele tener efectos devastadores, sobre todo a cierta edad. Es menos frecuente que eso suceda cuando se trata del tránsito de los veinte a los treinta. Entonces, se supone que llega la madurez, una visión más compleja y aguda de la vida, el compromiso y la lucha por unos ideales realizables y no los sueños infantiles inabarcables.
Un amigo en la ciudad narra la historia de una pareja de jóvenes que a los veinte formaban parte de una tribu gótica. Son Andrés y Gretchen. Asistimos a algunos de los episodios vividos en esos años, y de pronto el narrador, el propio Andrés, nos sitúa en el presente. Vive con Gretchen y tienen una hija, dos trabajos muy convencionales –él vende unos batidos vitamínicos– y un estilo de vida que en nada se diferencia de los de la pareja más convencional.
El problema llega cuando Andrés empieza a ver un mundo diferente en el que Gretchen tiene rasgos masculinos, su jefe se convierte en una especie de ogro y hasta sus compañeros de trabajos son perfectos desconocidos. A partir de ahí, Juan Aparicio Belmonte despliega un humor negro y retorcido con el que se burla de todo, de los restaurantes de menú del día a la extraña alegría de la gente por la victoria de la Selección en el Mundial de Fútbol.
Estamos ante una novela que invita al lector a jugar con unas reglas que no son las habituales en la literatura al uso. Hay que entrar en ese mundo negro negrísimo y en la locura del protagonista para captar el texto en toda su dimensión. Entonces, la lectura da muchas satisfacciones.
(Publicado en elcorreo.com)