El hilo conductor de la primera novela de Fernando Belzunce es la aparición de unas pintadas en una vieja ciudad universitaria en la que, como es lógico, los jóvenes tienen un enorme peso en la población. Se trata de mensajes misteriosos que perturban a los vecinos de la ciudad y se convierten pronto en tema de conversación de todos ellos.
Pero La ciudad escrita es por encima de todo una novela sobre jóvenes. Jóvenes periodistas –el narrador lo es, un informador que regresa a la ciudad donde estudió después de haber pasado por su villa natal–, jóvenes profesionales, trabajadores… jóvenes en general que se enamoran, se desean, beben y charlan. Que tienen sueños, a veces tan prosaicos que no parecen propios de su edad, otras más cargados de trascendencia.
Hay en sus páginas desconcierto y cansancio. Y desorientación. No solo por lo que dicen las pintadas –imposible no pensar en el punto de arranque de La mala hora de García Márquez y sus notas anónimas– sino más bien por una falta de horizonte vital, de palacios de invierno que conquistar. La novela transcurre en un tiempo previo a la crisis, como se deduce del hecho de que el periódico local en el que trabaja el protagonista tenga planes de expansión y proyecte ampliar su plantilla. En ese horizonte de falsa felicidad económica se proyectan unas vidas sacudidas por unos mensajes en una ciudad que no se nombra pero que los lectores atentos adivinarán enseguida.
(Publicado en elcorreo.com)