Dicho eso, tengo que matizar. Porque los que recogen sesiones de
grabación o muestran el trabajo de un artista son otra cosa. Hace algún
tiempo, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Vladimir
Horowitz, salió al mercado un álbum con grabaciones del pianista
estadounidense que contenía un DVD. En él asistimos a una sesión de
grabación del anciano artista, junto a Carlo María Giulini y la
Orquesta de La Scala.
Horowitz, ya octogenario, se baja del coche a la puerta del teatro. Va
acompañado por su esposa y se mueve con alguna dificultad. Es un
abuelito afable, sonriente, con aspecto débil. Conversa con Giulini y
con algunos responsables del teatro y el sello de grabación. Luego,
vemos cómo se sienta al piano, intercambia algunas instrucciones con el
director y comienzan a tocar el concierto para piano y orquesta
Nº 23 de Mozart. En realidad, asistimos a una transformación: los
dedos de Horowitz juegan con el teclado, como si tuviera 60 años menos.
Su cara refleja la felicidad que sin duda siente al hacer música.
Seguro que esa versión no es la mejor que hay en el mercado (Horowitz
va un poco rápido, para mi gusto), pero el espectador asiste a la
creación de la música en manos de dos genios de la interpretación con
mucha vida a sus espaldas. Esos DVDs sí que aportan algo más. Magia.