Ya sé que Steve Jobs solo había uno y en cambio conceden un Nobel de Literatura cada año, pero me parece que el tratamiento que están dando los medios (todos, sin excepción) a la noticia de la muerte del primero y el galardón al poeta Tomas Tranströmer está algo desequilibrado. Estoy dispuesto a aceptar (y compartir) todo lo que se está diciendo sobre Jobs: su carácter visionario, su genio empresarial, su capacidad para montarse enormes campañas de márketing sin que le costaran un dólar, su imaginación para vislumbrar cómo se podía cambiar la vida cotidiana de las personas… Pero sigo pensando que un Nobel es un Nobel. Aunque quizá el problema venga más bien de qué Nobel. Porque, seamos sinceros, ¿cuántos habíamos leído a Tranströmer antes de la una de la tarde de hoy? Yo no, lo acepto. En las últimas horas me he leído un número considerable de poemas suyos, pero antes no conocía su obra. Sí unas cuantas cosas de su vida, como su parálisis parcial, pero no su obra.
¿Significa eso que estoy criticando la decisión de la Academia? En absoluto. Primero porque no me considero autorizado para ello, y segundo porque a la vista de la obra de Tranströmer creo que el palmarés del Nobel no se desluce en absoluto con su elección. Otra cosa es que hubiese preferido a otros, pero eso no pasa de ser una opinión personal y basada únicamente en mi gusto literario. Ya conocen mis preferencias, así que no insistiré en ellas. Eso sí, por suerte la elección no ha recaído en Bob Dylan. Un icono de la cultura contemporánea, sin duda. Pero como escritor creo que no se puede comparar, ni remotamente, a Roth, De Lillo, Pynchon, Adonis, Djebar, Rushdie, Eco y unos cuantos más que están también ahí, a la espera.