Tengo la impresión de que hay países, organizaciones o festivales para los que la crisis no existe. Y muchas personas para las que esa palabra no está en el vocabulario. Hablaba estos días con varios aficionados y algunos profesionales del sector que han estado en distintos festivales musicales europeos y me contaban que les había resultado muy difícil conseguir una entrada. No les hablo de festivales subvencionados con localidades a precios casi simbólicos, en absoluto. Les hablo de Salzburgo, Lucerna, Bayreuth y varios más.
Es decir, que los espectadores no tienen problemas económicos. Parece que los festivales tampoco. Por el de Lucerna, por ejemplo, van a desfilar o lo han hecho ya la Mahler Chamber Orchestra, las orquestas de Filadelfia y Pittsburgh, las filarmónicas de Londres, Viena y Berlín, la Sinfónica de Chicago, la Staatskapelle de Dresde, la del Concertgebouw de Ámsterdam y la Gewandhaus de Leipzig. La nómina de directores invitados y solistas de relieve es también muy larga.
¿Cuánto cuesta organizar un festival con esos nombres? Imagino que un dineral y supongo además que los responsables de la Quincena y Santander, aquí cerca, enrojecerán de envidia al repasar esa lista. O la de los participantes en otros festivales europeos. ¿Cómo competir con ellos? No creo que quede otra opción que echarle imaginación y dirigirse sobre todo a un público más local, tratando de moverse con prudencia en un contexto de tristeza económica. Difícil papeleta.