“La ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da” (Javier Marías, ‘Los enamoramientos’, pág, 169).
Hace unos años, un célebre y polémico obispo dijo en una entrevista que no leía ficción porque no tenía tiempo. Craso error. La ficción enseña y mucho: nos enseña a sentir (qué sería del amor sin la literatura), nos coloca ante situaciones límite que nunca viviremos y de esa forma reflexionamos sobre cuál sería nuestro comportamiento, nos conduce por pasiones arrasadoras, odios eternos y compasiones a toda prueba.
La ficción nos lleva a mundos que de otra manera no conoceríamos, nos sitúa ante personajes con los que nunca habríamos coincidido, nos sumerge en nuestro propio yo sacando a la luz nuestras miserias y nuestra capacidad de sufrimiento. La ficción ilumina zonas oscuras y a veces nos enfrenta ante realidades que preferiríamos no conocer, pero que es preciso que conozcamos. Sin la ficción seríamos más pobres.
P.S. No voy a comentar nada del tema del día: el incalificable artículo de Salvador Sostres. A veces pienso que nos rodea bastante gente que habría disfrutado gritando como Millán Astray ante Unamuno: “¡Muera la inteligencia!” . Sostres, con todo, no sería uno de ellos. La suya ya está muerta, suponiendo que algún día estuviera viva.