Los estudiantes de piano, sobre todo de cursos avanzados, conocen las obras que presentan las dificultades mayores. La técnica pianística ha avanzado mucho y piezas que en la segunda parte del siglo XIX parecían solo al alcance de unos pocos hoy pueden ser interpretadas con un nivel más que aceptable de calidad por buenos estudiantes en sus últimos cursos o recién terminados sus estudios. Luego la chispa de genio que convierte una interpretación en algo singular y apreciable es otra cosa, pero todas las notas están ahí, en su sitio.
Durante algún tiempo se consideró que la pieza para el piano más difícil era la Sonata de Liszt. Hasta que Balakirev, uno de los fundadores del llamado Grupo de los Cinco, los compositores que defendían a ultranza la música rusa (para ellos, Chaikovski era demasiado occidental; luego Stravinski diría que “es el más ruso de todos nosotros”), compuso esta fantasía oriental inspirada en la música que escuchó durante un viaje al Cáucaso. Balakirev, nacido en el seno de una familia de la baja aristocracia, que trabajó en sus años jóvenes como ingeniero, era un tipo supersticioso y practicante de la rama más estricta de la Iglesia ortodoxa. Odiaba a los judíos y mantenía principios morales propios de tiempos pasados. Vamos, que no era una de esas personas con las que apetecería salir a tomar vodka, pero eso no quita para que fuera un músico notable. Esta Islamey ha sido la tortura de muchos pianistas. Se dice que cuando ya en el siglo XX Ravel compuso Gaspard de la nuit lo hizo, entre otras cosas, con la intención de hacer una obra aún más difícil. Desde luego, compuso una pieza mejor. Sin que eso signifique ni mucho menos que Islamey no sea buena. Se la dejo en la versión del joven pianista Juan Carlos Fernández-Nieto. Disfruten.