Víctor del Árbol vuelve al género negro después de dos novelas en las que transitó por otros caminos. Ahora nos sitúa frente a un policía objeto de una investigación interna y que además acaba de recibir un muy mal diagnóstico médico. En tan mala situación debe investigar unos crímenes en los que las víctimas son personas muy vinculadas a su pasado. En la investigación estará acompañado por una compañera que confía en él pero que también es muy estricta con las normas.
No se pueden dar muchos más datos para no reventar la historia, como sucede siempre en una novela negra, pero sí cabe decir que en este texto se mantienen las constantes de la literatura del autor: personajes atormentados, violencia explícita e implícita, fidelidades y traiciones, abismos y refugios. También hay policías empeñados en medrar y ocupar puestos que no tengan que ver con la investigación ni las calles peligrosas y políticos que solo van a lo suyo.
Y un narrador que irrumpe de vez en cuando en el relato para adelantar algo, advertir un aspecto en el que quizá no ha reparado el lector o anunciar lo que podría suceder en el futuro. Un juego que se mantiene hasta el final de la novela y con el que Víctor del Árbol consigue que un ser odioso finalmente no nos caiga tan mal. Es una de las virtudes de la literatura: desvelarnos, por si aún no lo sabíamos, que no existen el bien ni el mal absoluto, sino una extensa gama de grises en la que también nosotros nos reconocemos.
(Publicado en elcorreo.com)