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César Coca

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Un libro cada semana: ‘Nadie se va a reír’ de Juan Soto Ivars

Anónimo García es, de alguna manera, un agitador, alguien que quiere hacer reflexionar a la opinión pública con lo que podríamos denominar performances. Con ello pretende desvelar lo inadecuado de formar una sociedad en la que todo son categorías binarias. lo bueno y lo malo, los míos y los otros, los acertados y los equivocados, la derecha y la izquierda.

Una de sus más famosas actuaciones fue cuando formó un grupo de personas que se vistieron de hípsters y fueron a aclamar a Mariano Rajoy tras su victoria electoral de 2015. Allí corearon su eslogan: «Ano, ano, ano, todos con Mariano» y muchos los siguieron, dando por hecho que lo decían en serio. También se vistieron de curas para ir al congreso de Podemos en Vista Alegre. Sus gritos allí eran «Pablo, amigo, Dios está contigo».

Era una ridiculización suave de ciertas prácticas, de esas adhesiones inquebrantables que repugnan a cualquier persona con un ápice de independencia intelectual. Y lo era también de la lectura plana de los mensajes y las consignas. Había mucha retranca tras todo ello, pero vivimos en una sociedad que es incapaz de ver nada tras la literalidad de los escritos.

Los problemas del personaje llegaron tras una actuación en la que quería denunciar la mercantilización de ciertos manejos sensacionalistas de asuntos muy graves: anunciaron un ‘tour’ por los escenarios donde se había producido la canallada perpetrada por La Manada contra una joven. El tour no existió nunca, porque era una noticia falsa difundida para buscar un efecto. El problema fue que, aunque su intención era no causar el menor daño a la víctima de aquellas violaciones, la joven se sintió agraviada. A partir de ahí, llegaron un juicio, un despido de su trabajo y otras derivadas.

Soto Ivars cuenta todo esto en un relato que utiliza el flashback para narrar los inicios de la actividad de Anónimo García y su grupo (muy vinculados al 15M, un movimiento del que enseguida se dieron cuenta de que carecía de todo sentido del humor) y llegar hasta la actualidad. Lo hace enarbolando la bandera de la lucha contra la censura y destacando lo extraño que resulta que se aplique el Código Penal (ya saben, ese que se acaba de reformar para suprimir o reducir penas para otros delitos) a un acto que podría entenderse como expresión artística. Con la que se puede estar de acuerdo o no pero que si se sanciona o suprime se hará al precio de recortar de manera muy importante las libertades tan arduamente conseguidas.

Como dice Soto Ivars, es paradójico que se levantara un buen revuelo con el caso de Pablo Hásel y apenas se haya dicho nada de este. Todavía hay clases.

 

(Publicado en elcorreo.com)