En medio de la rusofobia de algunos, mi propuesta para este fin de semana es una sinfonía de Chaikovski: la Nº 2, titulada Pequeña Rusia, que echa mano de canciones populares ucranianas que el compositor ruso conocía bien porque la familia de su padre procedía de allí (la de su madre tenía una rama francesa). Quizá me hayas leído alguna vez que el arte es una cosa y las opiniones fuera del arte de sus creadores son otra. Y la política una tercera, con frecuencia (no siempre, claro), bastante menos noble.
Rusia no es Putin. Rusia es Dostoievski, Tolstói, Mandelstham, Gogol, Chéjov, Pasternak, Ajmátova, Scriabin, Chaikovski, Borodin, Shostakovich, Prokofiev, Khachaturian, Balakirev, Musorgski, Repin, Kandinski, Serov, Malevich, Chagall… Rusia es la plaza de las catedrales de Moscú y la basílica de la Sangre Derramada de San Petersburgo, el palacio de Catalina la Grande y el Ermitage, Gagarin y Pavlov, Sajarov y tantos otros. Podría llenar párrafos y párrafos con lo que es la cultura de aquel país, que ha enriquecido a la Humanidad entera. ¿Vamos a prescindir de todo eso? Seríamos perfectos idiotas si lo hiciéramos.
Dicho eso, por supuesto deseo que la guerra acabe de inmediato. Que cese la sinrazón. La invasión nunca debió haberse producido. No debería haber ni un muerto. Ni un edificio destruido. Ni un puente volado. La guerra siempre es un fracaso, incluso para quien la gana. Pero la cultura rusa no tiene culpa alguna de la deriva autoritaria, militarista e intervencionista del presidente del país.
Les dejo la Sinfonía Nº 2 de Chaikovski. Un ruso de origen ucraniano encarnando más que nadie la música de su país, como bien dijo Stravinski. Otro ruso. Disfruten.