Primera advertencia: en los libros de Víctor del Árbol abundan la violencia, los derrotados, los inadaptados y las desgracias. No hay apenas resquicio para el humor, y la redención de los personajes, cuando se produce, se da tras un largo proceso de sufrimiento.
Así las cosas, El hijo del padre es una novela perfectamente identificable de su autor. También lo es que se mueve en planos temporales y escenarios muy diferentes, de los años treinta del siglo pasado a la actualidad, y de Barcelona y Extremadura a la URSS en tiempos de la División Azul.

El punto de partida es una carta que escribe el protagonista mientras está en un centro penitenciario, tras haber matado de un disparo al joven que cuidaba de su hermana, ingresada en un psiquiátrico. En ella da cuenta de detalles de su vida, que se van entremezclando con la historia de su padre y su abuelo. La familia es infeliz de una manera cruda, sin solución; se trata de uno de esos grupos humanos en los que no existe la menor empatía entre ellos y lo mejor que puede suceder con sus integrantes es que se ignoren.

La novela salta del presente al pasado para conocer los antecedentes y dar explicación a lo que cuenta el protagonista en la primera página: el crimen que ha cometido. Todo conduce hacia la destrucción, que, como bien dijo Hemingway, es cosa bien distinta que la derrota.

(Publicado en elcorreo.com)