Aunque Rey blanco cierra una trilogía que se completa con Reina roja y Loba negra, Juan Gómez-Jurado sostiene que hay dos novelas anteriores que pueden considerarse como integrantes del mismo ciclo: se trata de El paciente y Cicatriz. Es cierto. Las cinco comparten un ritmo frenético, una lucha contra el reloj por parte de sus protagonistas y unos enormes retos a los que deben hacer frente. Aquí no hay recreación histórica ni misterio en torno a una ceremonia tan impresionante como un cónclave, por citar La leyenda del ladrón y Espía de Dios, dos de sus trabajos anteriores.
Antonia Scott, esa ‘asesora’ tan inteligente como inestable emocionalmente, se enfrenta en esta ocasión a la resolución de algunos crímenes para los que tiene el tiempo muy tasado. Con una penalización inasumible: si no lo logra, su compañero Jon, el inspector bilbaíno que se ha convertido en su apoyo imprescindible para todo, morirá. Lo hará de una manera especialmente horrible: harán explotar una bomba que le han implantado en la espalda.
A partir de ahí, el relato transcurre a una velocidad de vértigo. Un narrador desinhibido hasta límites poco habituales en nuestra producción literaria, que maneja metáforas con frecuencia descacharrantes, conduce al lector sin dejarlo respirar por una serie de clímax que se suceden dejando apenas unas pocas páginas de descanso entre uno y otro.
Juan Gómez-Jurado ha conseguido un algo singular: no que sus novelas imiten el lenguaje y el ritmo cinematográfico, sino que las películas de acción, incluso las más aceleradas, parezcan lentas a su lado.
(Publicado en elcorreo.com)