El coronel Ybarra lleva una existencia apacible en su gran piso del centro de Madrid. Allí reside con su nieto, atendidos ambos por un ama de llaves. Y acompañados por un gato negro. Su vida es ordenada y moderadamente feliz. No se puede decir lo mismo de los padres del niño, una pareja rota tras una infidelidad de él –que ha tenido otro hijo fruto de esa relación– pero rota sobre todo por un infinito aburrimiento, por una desorientación que parece el signo de los tiempos.
Mientras abuelo y nieto comparten una existencia sin mayores problemas ni sobresaltos, Manuel se ha acercado a los 40 años en las peores condiciones. Ha perdido su trabajo –es una consecuencia derivada de haberse liado con una compañera de trabajo–; malgasta el tiempo en ocupaciones sin interés y amigos de nuevo cuño que lo introducen en un ambiente más propio de pícaros que de una acomodada baja burguesía; carece de horizonte profesional y familiar y no sabe cómo tratar a sus hijos: el que tuvo fruto de su matrimonio, que vive con su padre, y el extramatrimonial, que vive con su madre.
Álvaro Pombo pinta la realidad actual para retratar lo que a veces no es otra cosa que insoportable levedad. A medida que perfila sus personajes, que estos se hacen familiares al lector, consigue que comprendamos sus pequeñas miserias y sus no mayores grandezas. Esa es una de las virtudes de la literatura de Pombo: que sus personajes son extraordinariamente humanos.
(Publicado en elcorreo.com)