Estamos en el año Beethoven y aunque se está programando bastante no sé si hemos llegado al grado de saturación que algunos temían. Por mi parte, anuncié hace ya meses mi intención de ir proponiendo obras del sordo de Bonn para el fin de semana pero intentando no recurrir a las más conocidas. Al menos hasta que llegue la fecha exacta del aniversario.
Y ahí sigo. Del ciclo sinfónico siempre se ha hablado haciendo una división tópica: las buenas son las impares, con la excepción de la 1, que habría que retirarla de ese pedestal, y añadiendo la 6. De la 8 siempre se ha dicho que es una buena sinfonía oscurecida por la que la precede y la que la sigue y la 4 tiene muchos defensores y es bastante interpretada, dentro de lo que cabe. Así que nos queda la 2. Que es la que les propongo para este fin de semana. Fue compuesta entre 1801 y 1802, cuando el compositor había superado ya los 30 años y la sordera ya era muy perceptible. Es la época también del llamado Testamento de Heiligenstadt, en el que sugiere que incluso ha pensado en el suicidio. Por suerte, siguió adelante y creó una obra gigantesca y que mira al futuro no sé si pese a ser sordo o precisamente por serlo.
Esta Sinfonía Nº 2 cierra una etapa en su estilo. Beethoven es reconocible en sus distintos movimientos, pero con la siguiente, compuesta apenas unos meses más tarde, dio un salto enorme. Disfrutemos de este Beethoven juvenil (aunque por edad no se pueda hablar así estrictamente). Se la dejo en la versión de la Sinfónica de la Radio de Fránckort, dirigida por Andrés Orozco-Estrada, a quien pudimos ver y escuchar por aquí en los años que fue director de la Euskadiko Orkestra.