Montalbano es uno de los grandes detectives de ficción. Andrea Camilleri tenía casi 70 años cuando creó el personaje, en cuyo nombre plasmó un homenaje a Manuel Vázquez Montalbán, a quien admiraba. Lleva casi cuarenta entregas, lo que revela que disfruta con el personaje y que este ha calado entre sus lectores. Y que Camilleri, que supera ya los 90 años y está medio ciego, ha dado en el clavo no solo con esa figura sino también con las de sus acompañantes y en el retrato del mundo que dibuja: una Sicilia borrosa en sus detalles –de hecho, no hay un pueblo que se llame Vigàta en la isla– pero muy fiel a sus formas, según cuentan quienes conocen bien el lugar.
En esta novela, publicada en Italia en 2014 (han salido otras cuatro con posterioridad), Montalbano debe comenzar a investigar unos casos poco graves pero sorprendentes: dos jóvenes, que trabajan en sendos bancos, son secuestradas, drogadas y dejadas poco después en libertad sin sufrir daño alguno. Una tercera sufre otro secuestro pero aparece con numerosos cortes en su cuerpo, si bien de escasa entidad. Al tiempo, un establecimiento comercial es pasto de las llamas en un incendio intencionado y el dueño y su novia han desaparecido.
A partir de ahí, la investigación discurre por los cauces habituales en las novelas de Camilleri: poca tecnología y mucha intuición y conocimiento del alma humana a cargo de Montalbano. Y un par de curiosos apuntes acerca de la Mafia, sobre la que recaen algunas sospechas al comienzo de las indagaciones. El investigador envejece –su creador hace que pasen los años por él, cosa que no sucede en todas las series policiales; en algunas los personajes están igual de lozanos pese a que los años se suceden– y es consciente de ello, pero no ha perdido su olfato. Ni la capacidad para corregir sobre la marcha cuando se da cuenta de que está equivocado.
(Publicado en elcorreo.com)