Dice Harkaitz Cano que cuesta mucho entender desde la perspectiva actual el comportamiento de los jóvenes que se integraron en ETA en los años sesenta. Y en su libro cuenta una historia que sucedió más o menos de la misma manera en la realidad: el cantante Imanol, protagonista de La voz del Faquir, y otro militante de la banda reciben el encargo de matar un pato que les han regalado, para cocinarlo. Salen a un bosque cercano a la casa donde se encuentran pero ninguno de los dos es capaz de acabar con el animal, así que van a una carnicería y compran un pato, sin la menor intención de confesar a nadie el cambiazo. Luego, el compañero de Imanol se convertirá en un terrorista que decidirá sobre la vida y la muerte de seres humanos sin tanto escrúpulo como con el palmípedo.
Cano se adentra en el personaje de Imanol, un artista que antepuso su música a casi cualquier otra consideración. Y que se fue distanciando de la banda –aunque desde el primer momento había dejado muy claro que él no cogería un arma– hasta llegar al punto crucial del asesinato de Yoyes (en la novela recibe otro nombre). A partir de ahí, sufrió boicots y amenazas y terminó por trasladarse a vivir a la orilla del Mediterráneo, donde murió.
En las páginas de La voz del Faquir encontramos a un artista contradictorio, generoso, perplejo ante cuanto sucedía a su alrededor, con frecuencia incomprendido por unos y otros, independiente en los momentos en que más incómodo resultaba serlo, inconstante en el amor y en algunas cosas más, seductor y en ciertas etapas, desvalido. Cano hace una aproximación en la que no oculta su cercanía emocional al cantante, una aproximación que es al tiempo un fresco siquiera parcial de la Historia del País Vasco en el último medio siglo.

(Publicado en elcorreo.com)