Poulenc es un compositor destacable por muchas razones. Por ser uno de los más relevantes del llamado Grupo de Les Six, que surge por oposición a unas cuantas corrientes que en ese momento, en torno a 1920, emergían o estaban aún muy arraigadas en la música europea. Eso incluye el impresionismo, la herencia de Wagner y años después también el dodecafonismo. Siguiendo la estela de Satie, eran gente que no se tomaba demasiado en serio a sí misma, y algunos como Milhaud dieron sobradas pruebas de ello.
Y también porque, a diferencia de sus compañeros, Poulenc tuvo una evolución curiosa pasando de escribir una música desenfadada, un tanto bárbara, a encaminarse hacia un misticismo fruto de algo así como una conversión al catolicismo, derivada de una visita que hizo al santuario de Rocamadour. Tras esos juveniles años de agitación, Poulenc -que había tenido la suerte de recibir una esmerada educación musical y más tarde un laboratorio farmacéutico como herencia- vivió momentos difíciles. La asunción de su identidad sexual -algunos consideran que fue el primer compositor que hizo pública su homosexualidad- y la pérdida de amigos y amantes oscurecieron su música, que en la última etapa de su carrera tiene un componente claramente religioso.
Les propongo para este fin de semana el Concierto para órgano op. 36 de Poulenc, interpretado por el vitoriano Daniel Oyarzabal en la catedral de León, un escenario espléndido para una obra así. Le acompaña la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Carlos Domínguez-Nieto. Disfruten.