Lo rutinario puede ser inquietante. Todo depende de lo que acerquemos la lente a la realidad. Lo que es una bella piel, si se mira en un microscopio de gran potencia, parece una superficie llena de irregularidades, manchas, porosidades y parásitos. Y no digamos ya lo que sucede si examinamos con ese aparato nuestro pasado y lo comparamos con lo que nosotros pensábamos que era.
Tus pasos en la escalera, la última novela de Antonio Muñoz Molina, parte de un supuesto simple: un hombre, recién llegado a Lisboa, prepara su nueva casa para el momento en que su mujer llegue de Nueva York, donde ambos han vivido unos cuantos años, exactamente desde la época del 11-S. Él se ha quedado sin trabajo después de un despido del que no quiere recordar demasiadas cosas, y ella es una investigadora en asuntos relacionados con el cerebro y la memoria.
Mientras Cecilia, que ese es su nombre, hace su aparición, su marido se ocupa de adecentar su nuevo hogar y dejar cada habitación casi como una réplica exacta de la casa neoyorquina. Dos o tres veces al día, el hombre sale a la calle con su perro y come en algún restaurante o da un paseo. Y recuerda episodios de la vida en común, entre ellos el horror y la perplejidad del 11-S. Incluso halla no pocos paralelismos entre los aviones que veían desde su casa en la ruta de aproximación al JFK y los que ahora contempla a punto de aterrizar en Lisboa.
Pero hay algo que rompe la normalidad. Enseguida nos daremos cuenta de que el narrador nos está haciendo trampa. Que es un testigo muy poco fiable de las cosas ocurridas. Es el momento en que esos pequeños asuntos cotidianos comienzan a encerrar misterios.
Muñoz Molina juga con su personaje para alertarnos sobre cómo nuestros recuerdos pueden ser engañosos, cómo son tantas veces autojustificaciones o edulcoradas versiones de lo que en realidad ocurrió, cómo corregimos el pasado o al menos nuestra participación en el mismo. Qué inseguridad, qué inquietud genera todo ello cuando se observa con detenimiento.
(Publicado en elcorreo.com)