Hace algo más de dos años, Julian Barnes publicó El ruido del tiempo, una historia sobre el Terror en la URSS centrada en la figura de Dmitri Shostakovich. Ahora cambia de escenario y de tema de forma radical para contar, como explica desde el mismo título, La única historia. Se refiere a que todo el mundo ha vivido historias de amor. Normalmente más de una. Pero solo una merece ser contada porque, por razones que pueden ser bien distintas, es la que más huella ha dejado, la que condicionó las demás aunque fuera desde un resultado de completo fracaso.
En esta novela Barnes cuenta, en una primera persona que solo se interrumpe durante unas pocas páginas al final, los más de diez años de relación entre un joven y una mujer madura. Cuando Paul conoció a Susan, mientras jugaban un partido de tenis en un club de campo de una pequeña localidad británica, él tenía 19 años y estaba pasando sus primeras vacaciones de verano como universitario. Ella estaba en los 48, tenía dos hijas y un marido con el que había dejado de tener todo contacto físico dos décadas antes.
A partir de ahí, Julian Barnes cuenta el detalle de la vida de la atípica pareja. Cómo Paul empezó a ir a casa de Susan y quedarse a dormir allí, sin que ni al marido ni a las hijas pareciera extrañarles demasiado y cómo, llegado un punto, se fueron a vivir juntos haciéndose pasar a veces por tía y sobrino para eludir las miradas torvas en esa Inglaterra interior de los últimos años sesenta. A partir de ahí, el descenso: el alcoholismo de la mujer y el deterioro de su estado, mientras Paul se debate en algunas consideraciones morales.
La única historia es, más allá de la verosimilitud de la trama, una novela amarga, desolada. No hay en ella ni un rastro del humor que puede encontrarse en El graduado ni la vía de escape que el final de esta ofrece. Barnes no está para liviandades.
(Publicado en elcorreo.com)