John Grisham fue el rey del
thriller en los años noventa. No solo es que sus novelas se vendieran de forma espectacular, sino que
sus tramas, relacionadas sobre todo con el mundo de la abogacía –el autor formó parte de ese mismo ámbito–, pasaban con enorme facilidad de las páginas a la pantalla. Hasta siete películas se rodaron en esa misma década a partir de sus libros, con directores de tanto prestigio como Altman, Coppola, Pakula, Pollack y otros tras la cámara.
Luego su estrella declinó un tanto, al menos entre nosotros. Quizá por eso esta novela, sólidamente construida e interesante en su planteamiento, no ha tenido en sus primeros meses en las librerías el éxito de ventas que habría alcanzado un par de décadas atrás.
La historia juega con cinco manuscritos de otras tantas obras de Francis Scott Fitzgerald. Son manuscritos conservados en la
biblioteca de la Universidad de Princeton, y la novela comienza cuando cinco individuos consiguen llevárselos en un ingenioso robo.
Tiempo después, una joven escritora cargada de deudas y en plena crisis de creatividad recibe un extraño encargo: debe acercarse a un librero que tiene su negocio en una ciudad en la que la novelista pasó algunos veranos de su infancia y adolescencia junto a su abuela. La compañía de seguros ha contratado a unos investigadores que sospechan que ese librero puede tener los manuscritos, y la protagonista debe espiar para ellos. A partir de ahí, el lector irá conociendo algunas claves de la edición y distribución de libros, las manías de los escritores en sus giras de promoción, el papel de los libreros en esa rueda y otros asuntos que quedan fuera del brillo que con frecuencia se atribuye a una tarea que tiene más de rutinaria e industrial de lo que se piensa.
El final no es demasiado sorprendente pero la tensión se mantiene bien a medida que avanzan los capítulos. Y además lo que importa por encima de todo es el ambiente, el relato de lo que hay detrás del mundo del libro.
(Publicado en elcorreo.com)