Stravinski fue un compositor singular. Para muchos, el más importante del siglo XX, aunque desde luego no el más escuchado, ni el que más se programa hoy. Su larga vida (murió poco antes de cumplir 89 años) le dio la posibilidad de asistir al nacimiento y desarrollo de unas cuantas corrientes musicales, a las que se sumó cuando y como quiso, demostrando que podía ser tan bueno como el mejor en casi todas ellas.
La obra que hoy les propongo es de juventud, del tiempo de su colaboración con los Ballets Rusos. Un joven Stravinski recibió en 1911 un encargo de escribir un ballet para Sergei Diaghilev, lo que lo llevó a viajar a París. Más tarde, la guerra mundial lo empujaría a trasladarse a Suiza. Después, espantado por la Revolución rusa (sus maneras mundanas, su tono aristocrático cuando trataba a sirvientes y camareros y su facilidad para los negocios no lo convertían precisamente en el modelo de artista favorito de las nuevas autoridades soviéticas y estas no eran, por supuesto, del agrado del músico) se convirtió en un exiliado perpetuo. El encargo cristalizará en uno de los ballets más célebres de todos los tiempos: El pájaro de fuego. Stravinski, que tiene en el momento de recibir el encargo 29 años, todavía está muy influido por la música de su país, pero su uso del folclore es muy distinto al que había hecho Chaikovski apenas veinte años antes. Hay un primitivismo que contrasta con el refinamiento del autor de La bella durmiente. Les dejo uno de los fragmentos más célebres del ballet de Stravinski: la Danza infernal. Disfruten.