No son muchas las obras en las que se ha producido este fenómeno, pero sí hay algunas: que sea más conocida por el arreglo o la orquestación de un colega que por la partitura original. Seguramente, la más célebre de todas ellas es Cuadros de una exposición de Músorgski, escrita para piano por el compositor ruso. A partir de ahí, existen una treintena de adaptaciones totales o parciales dentro de lo que podríamos denominar ámbito clásico y un buen puñado de reescrituras que pertenecen al campo del rock y el jazz. Probablemente no haya muchos casos semejantes.
Músorgski tiene un catálogo relativamente breve de obras y de ellas fuera de Rusia apenas si se interpretan la ópera Borís Godunov, el drama musical Jovánschina, el poema sinfónico Una noche en el monte Pelado y Cuadros de una exposición, escrita en relación con una muestra póstuma de obras del pintor Viktor Hartmann, gran amigo suyo. El compositor, que era militar de profesión, formó parte del llamado Grupo de los Cinco, que defendía el nacionalismo musical y criticaba a otros, como Chaikovski, por demasiado occidentales (luego Stravinski diría que Chaikovski era “el más ruso” de todos ellos, pero esa ya es otra historia). Ese nacionalismo se refleja en un lenguaje más áspero, un contraste mayor, un menor refinamiento orquestal y al mismo tiempo una mayor autenticidad a la hora de usar elementos del folclore.
Les dejo para este fin de semana esta obra en la orquestación de Ravel, la más conocida. El compositor vasco le dio un tratamiento que prima el color (es una de sus características), con el resultado de que es una partitura espléndida para orquesta. La versión elegida es la de Carlo Maria Giulini, por un motivo más bien literario: en su novela El rey recibe (saldrá en unos días), Eduardo Mendoza habla de un concierto del director italiano en el Carnegie Hall con esta misma obra. Disfruten.
(Y si quieren conocer alguna versión rock de la obra, les recomiendo la de Emerson, Lake & Palmer, que les dejo aquí).