Desde esta semana, esta sección de este blog se adelanta a los jueves. La razón es que a su vez la propuesta de Un libro cada semana pasa al viernes, y no quiero que ustedes sufran ese día un bombardeo de temas firmado por mí. Eso sin contar con que hay afortunados que a la altura del jueves por la tarde ya están pensando en que es fin de semana.
Para este jueves les propongo la Tzigane de Ravel, una obra que como tantas otras de su autor tiene varias versiones de cámara y orquestales y con distintos instrumentos de acompañamiento en la primera de esas posibilidades. Se trata de una pieza rapsódica, con aires gitanos, que explota al máximo las posibilidades del violín y, como es tan frecuente en el compositor vascofrancés, ofrece un gran ejemplo de su impresionante dominio del color. La obra es de corta duración, alrededor de diez minutos, lo que dificulta su programación. Es preciso contar con un muy buen solista y en general va acompañada de al menos otra pieza en la que este intervenga también, para rentabilizar su presencia sobre el escenario. Por otra parte, es demasiado larga para servir de una introducción a uno de los grandes conciertos del repertorio, que en general superan la media hora y también para ser interpretada como propina... Vamos, que plantearse dar la Tzigane supone tener que afrontar un pequeño rompecabezas. Al margen de eso, es una pieza muy agradecida por el público, que asiste a un ejercicio de virtuosismo cargado de musicalidad. Se la dejo en la interpretación de dos conocidos: la violinista madrileña Leticia Moreno, que ha actuado varias veces en Euskadi, y el director Andrés Orozco-Estrada, que fue titular de la Sinfónica de Euskadi. La orquesta es la de la Radio de Fráncfort, en un concierto al aire libre. Disfruten.