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César Coca

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Un libro cada semana: 'La casa y la isla' de Ronaldo Menéndez

El día que el profesor con el que mantenía una apasionada relación amorosa muere en un accidente, Anabela descubre que la esposa de su amante es la amiga del alma de su adolescencia, de quien se separó por una traición. Parece una comedia ligera, casi de enredo, y La casa y la isla arranca como tal. El tono empieza a cambiar con la muerte del profesor, y cuando mediante un par de largos flashbacks el lector retrocede hasta la adolescencia de los protagonistas, la naturaleza de la novela se ha transformado de manera definitiva.

Porque antes de llegar a ese encuentro inesperado entre las dos mujeres que tanto se quisieron años atrás –y aquí irrumpe el cuarto personaje, el médico que ha perdido los ideales y se niega a salir de su casa, donde acoge a ambas–, ha habido de todo. Ellas pasaron por el fin de la relación de Cuba con la URSS y el período especial en un colegio para las élites de la isla. El médico formó parte de un grupo de jóvenes moderadamente díscolos que querían cambiar el sistema sin salirse de él y tuvo que ir a Angola para ganarse una matrícula en la Facultad de Medicina. Allí, como repite una y otra vez, se vio obligado a matar gente para conseguir el derecho a formarse para salvar vidas.

Ronaldo Menéndez ha escrito una novela que retrata algunos de los múltiples ángulos de la Cuba de hoy. La Cuba que sobrevivió –muy mal, hay que decirlo– al período especial, eufemística manera de llamar a la crisis que llevó al hambre a la mayoría de la población cubana. La Cuba que sabía que a sus dirigentes no les faltaba de nada, que escuchaban discos estadounidenses mientras esa misma música se prohibía en la radio; veían películas de Hollywood que la televisión no emitía y consumían Coca-Cola mientras la propaganda oficial la consideraba la imagen del capitalismo más salvaje. La misma Cuba donde, con todo, seguía habiendo unos pocos idealistas para quienes llevar a todos los rincones los valores positivos y los logros de la Revolución seguía siendo una obligación moral ineludible.

La novela está llena de humor, a veces disolvente y en no pocas ocasiones tierno. De fondo, un escenario conocido por muchos lectores, un paisaje familiar y un lenguaje sabroso, como siempre en el Caribe. Una escritura magnífica con un final un punto surrealista, con Vargas Llosa irrumpiendo en la ficción de manera sorprendente.

 

(Publicado en elcorreo.com)