Hay algunos músicos con los que se han cometido notables injusticias. Lo han hecho el tiempo, el azar, sus contemporáneos, y a veces los críticos o grandes aficionados a la música que, por aquello de las rivalidades, desprecian a los competidores de sus favoritos. Haydn es uno de los que más las sufrió, porque tuvo la mala suerte de coincidir con Mozart y Beethoven. Eso habría sido suficiente para ensombrecer la obra de cualquier gran compositor. Milagrosamente no pasó así con la suya, que gozó de popularidad mientras vivió su creador y luego ha seguido figurando como uno de los grandes, aunque en un escalón inferior al de los dos citados y a algún otro.
En varios de sus libros, García Márquez se suma a una de esas injusticias con el bueno de Haydn, aunque es cierto que en sus últimos textos reconoce su error y se confiesa maravillado por algunas de sus obras. Pero antes de eso, repite en varias ocasiones una frase que ha escuchado a alguien y que no puede ser más tremenda: dice que cree que Mozart no existe porque “cuando es bueno es Beethoven; y cuando es malo es Haydn”. Seamos justos con Haydn. Escuchen este último movimiento de su Sinfonía N º88, alegre y lleno de energía, y apreciarán el valor de su música. Disfruten escuchando y viendo cómo Leonard Bernstein no-dirige la Filarmónica de Viena.