La muerte del padre como tema literario y su relato como forma de guardar la memoria y al tiempo sacar de dentro el dolor y la perplejidad que siempre produce por más que sea un hecho que no sorprende cuando el progenitor ha llegado ya a cierta edad y además está enfermo. Ese es el tema de este libro. César Romero ha escrito un texto breve, que utiliza ciertos recursos de la ficción –un final que enlaza con el principio, una técnica de flashback– para contar una historia en la que todo es cierto: la de la desaparición de su padre, víctima de un cáncer que le detectaron poco más de un año antes de su fallecimiento.
Nada de Nunca acaba septiembre sorprenderá a quien ya ha pasado por eso: las consultas médicas, los análisis y pruebas, la esperanza que sube y baja como si fuera una montaña rusa, las crisis y su cada vez más difícil superación, los diagnósticos llenos de eufemismos, el temor ante el resultado de un control… Lo valioso de este libro es la forma de contar: el autor renuncia desde la primera página a cualquier ingrediente propio del melodrama. Es más, en muchos momentos, pese a que la narración utiliza una primera persona que la hace más directa y próxima, parece la crónica de una enfermedad y cuanto la rodea, como si la hiciera un periodista o un notario que recurre a poner un punto de distancia, de alejamiento, para ver las cosas con más perspectiva.
De esa forma, el autor y el enfermo se convierten en todos los padres y los hijos que han pasado por ese trance, con independencia de que la enfermedad haya desembocado o no en la muerte. El lector avanza en las páginas y le resulta difícil no ponerse en el papel del hijo, aunque su padre no haya muerto de cáncer o incluso siga vivo y gozando de la mejor salud. Romero consigue universalizar el relato de la muerte y sobre todo el de la despedida. Y eleva los recuerdos a la categoría de existencia paralela. La que queda cuando el cáncer (o lo que sea) nos ha arrebatado al padre (o la madre). Entonces, solo un puñado de imágenes, de diálogos que ya están borrosos en nuestra memoria, de caricias aún grabadas en nuestra piel, lo mantienen presente en nuestras vidas puesto que él ha perdido la suya. El padre de César Romero (y con él, el de todos sus lectores) permanece en este libro.
(Publicado en elcorreo.com)