Durante una etapa dentro del período barroco, fue común que antes de las representaciones de ópera la orquesta tocara una pieza breve (pero que podía alargarse cuanto se deseara mediante el sistema simple de empalmar el final con el principio de la partitura, como si no existiese corte). La función de esa obrita, más o menos relacionada en cuanto a sus melodías con lo que podría escucharse más tarde, era entretener al público mientras se iba acomodando.
Una de esas obras es la que les propongo para este fin de semana: la Chacona Z730 de Henry Purcell. Como sucede en tantas ocasiones, se trata de una de las piezas más conocidas de su autor pese a ser de ambición y dimensiones muy menores. Sin embargo, el talento, la chispa genial aparece siempre en los trabajos de los artistas con más talento. Y eso sucede exactamente en esta pieza.
Purcell murió cuando tenía solo 36 años y era una celebridad. Según algunos de sus biógrafos, su fallecimiento se debió a un enfriamiento producido por tener que pasar una noche al raso. Su esposa, quién sabe si de manera intencionada o no, cerró la puerta de casa y el compositor, que regresaba borracho después de haber visitado un burdel -ambas circunstancias, la borrachera y el sexo de pago, eran frecuentes en él-, tuvo que quedarse en la calle. Había escrito más de 800 obras. Fue enterrado en un lugar preferente dentro de la Abadía de Westminster.
Circunstancias biográficas al margen, la pieza es de enorme sencillez, una melodía que se repite casi como en un bucle. Pero qué belleza. Disfruten.