Se atribuye a Rossini una maldad a propósito de la música de Wagner. El gran compositor italiano, que se retiró muy joven para dedicarse a vivir de las rentas de sus óperas y a investigar sobre gastronomía, dijo que reconocía que su colega alemán tenía “momentos sublimes” pero también “medias horas insoportables”. Es cierto que Wagner carecía del sentido de la concisión (algo tan moderno: hoy día una gran cantidad de novelas, películas, composiciones musicales y… textos periodísticos están pidiendo a gritos un editor que los recorte) y que sus libretos no están ni de lejos a la altura de la música. No se puede ser genial en tantos ámbitos a la vez.
Pero no solo debemos salvar esos momentos sublimes. Hay que disfrutar con ellos. Por eso, les propongo para este fin de semana el preludio del acto primero de Lohengrin, una historia de amor con cisnes de por medio (la historia de la ópera, imposible de explicar en dos líneas, la tienen aquí), procedente a su vez de distintos textos y que ha inspirado no pocas obras posteriores. El palacio de Luis II de Baviera (una locura que debe visitar todo turista que se acerque por Múnich) se llama Neuschwanstein precisamente por ello. Disfruten con Wagner en esta versión dirigida por Claudio Abbado. La música es bellísima y les aseguro que, al contrario de lo que dice Woody Allen en uno de sus más celebrados gags, después de escucharla no sentirán ganas de invadir Polonia.