Hay músicas que llevan asociado un pequeño misterio: lo mismo una historia de amor que en el momento de la composición debía permanecer oculta que una venganza. Edward Elgar jugó con todo ello para componer sus Variaciones Enigma, una partitura estrenada en 1899. Se trata de un tema sobre el que el compositor no da explicación alguna (ahí está el enigma), seguido de catorce variaciones. Cada una de ellas lleva unas iniciales que indican a quién están dedicadas o pretenden retratar. La más célebre de todas ellas es la Nimrod, una melodía plácida que describe a uno de sus amigos, el crítico August J. Jaeger, con quien mantiene (eso sugiere la variación) una conversación sobre los movimientos lentos de las obras de Beethoven.
Lejos de la solemnidad de algunas piezas de Elgar (esas Marchas de Pompa y Circunstancia) o el dramatismo del Concierto para violonchelo y orquesta, estas Variaciones, y sobre todo la citada Nimrod, tienen un carácter muy distinto. Cuesta entender que en su momento la obra no fuera bien recibida porque los aficionados la consideraron «complicada». No creo que nadie la considere así hoy día.
Disfruten.