El cineasta portugués Manoel de Oliveira cumple hoy 105 prodigiosos años. Y sigue en activo. No conozco nada más parecido a un milagro.
No les hablaré de cine ni de su obra. No soy un especialista en esta materia. Pero sí quiero recordar una experiencia verdaderamente singular: la de una entrevista que tuve ocasión de hacerle en su casa de Oporto en enero de 2011, ya con 102 años, con destino a la serie Toda una vida. Creo que nunca olvidaré las horas que pasamos en su compañía.
Habíamos quedado en su casa a las cuatro y media de la tarde. Era el 30 de enero, lunes, y en Oporto lucía un sol radiante que invitaba al paseo. Su casa está en una urbanización en las afueras de la ciudad, prácticamente en la desembocadura del Duero. Cuando bajamos del ascensor recibimos la primera sorpresa: Oliveira estaba allí, en el rellano, esperándonos. Nos saludó con afabilidad y nos pidió que le siguiéramos por un largo y ancho pasillo. Aunque llevaba un bastón no lo usaba en absoluto para apoyarse.
Era solo un avance de lo que nos esperaba: una conversación larga, lúcida, llena de recuerdos y unas cuantas confesiones. Nos habló de que duerme mal por la noche y emplea el tiempo en pensar argumentos y escenas de sus películas. Contó que hace gimnasia cada día, y les aseguro que viví un instante de desconcierto cuando se levantó del sofá e hizo amago de correr sobre la moqueta. Al acabar la conversación, caía ya la tarde y bajamos a la calle para completar la sesión fotográfica con unas imágenes tomadas en el jardín situado tras su casa.
Mientras José Luis Nocito disparaba su cámara, él caminaba a buen ritmo por los senderos trazados entre los árboles y los setos. En algún momento, iba tan deprisa que José Luis tuvo que pedirle que redujera el paso. La fotografía que acompaña a este texto es una de esa serie. Después nos llevó a su oficina, situada en el mismo edificio. Allí, en un almacén, guarda los premios recibidos en un mueble metálico. Uno tras uno, nos los mostraba cogiéndolos de los anaqueles: «Este me lo dieron en Cannes; este, en Berlín…» y los levantaba en el aire. Temí más de una vez que el trofeo terminara en el suelo, tal era su peso al menos aparente. Pero no. Todos volvieron a su lugar intactos.
Ya era noche cerrada cuando nos acompañó hasta la puerta y nos indicó dónde podíamos coger un taxi para volver al hotel. Durante el camino de regreso, José Luis Nocito bromeó más de una vez asegurando que era imposible de todo punto que tuviera 102 años. Yo me limité a repetir la frase que él dijo en un momento, a modo de confesión, y que sirvió para titular la entrevista: «Mi edad es un capricho de la naturaleza».
Felicidades.