Quizá usted conozca casos de carreras profesionales fulgurantes. Ese economista que a los 30 años presidía una multinacional, el profesor universitario que obtuvo una cátedra a los 26 o la actriz que ganó un Goya con 12 años. Puede que incluso haya oído hablar de un científico que ganó el Nobel de Física con solo 25. Fruslerías. Las carreras más rápidas se han producido en esa institución en la que, aparentemente, la vejez es un plus a la hora de elegir a su cabeza visible. Hablamos de la Iglesia. ¿No se lo creen? Pasen y vean.
Benedicto IX ha entrado en la Historia por ser el Papa más joven. Llegó a la silla de san Pedro a la edad de… 14 años. No figuraba en su trayectoria experiencia pastoral alguna ni había dejado huella por su finura teológica. Si accedió al cargo fue porque su padre, el conde Alberic III, que era quien de verdad mandaba en Roma, compró a la Curia para que lo eligieran. Ocurrió en octubre de 1032 y cinco años después, al perder su principal apoyo con la muerte del emperador Conrado II, fue depuesto.
Trece años más tarde fue reelegido. Corría abril de 1045, y su regreso fue efímero. En mayo de ese mismo año renunció al pontificado por dinero en beneficio del futuro Gregorio VI. La razón de ese abandono fue que Benedicto IX deseaba casarse. Tampoco duró mucho en su nuevo estado, y en 1047 atacó Roma con su ejército. El clero lo eligió de nuevo como sumo pontífice para evitar un derramamiento de sangre. Fue depuesto al año siguiente y aunque peleó por recuperar el cargo no consiguió un cuarto mandato.
No se sabe cuántos años tenía León VIII cuando llegó al Papado, pero los historiadores sostienen que el 6 de diciembre de 963 era un seglar cuando se levantó de la cama y al acostarse había sido elegido sumo pontífice. En medio, fue ordenado sacerdote, más tarde nombrado obispo y cardenal, y al final de la tarde ya era el jefe de la Iglesia. Algunos historiadores consideran que fue un antipapa hasta mediados de 964, porque existía otro pontífice, Benedicto V, que a su vez había sido elegido tras la deposición de Juan XII, el conocido como Papa fornicario. No es preciso explicar la razón de este apelativo. Basta con decir que algunos biógrafos afirman que Juan XII murió a manos de un marido que lo sorprendió en su lecho, yaciendo con su mujer. Otras versiones más caritativas sostienen que no intervino una tercera persona, sino que falleció en pleno acto sexual.
Antes de que eso sucediera, Juan XII había vuelto a Roma y obligado a huir al pontífice que había sustituido a quien a su vez lo sustituyó antes a él mismo. Pocos días después se produjo la muerte de ese Papa cuyo pontificado fue calificado de «pornocracia» y León VIII volvió al trono. Por poco tiempo, porque murió el 1 de marzo de 965. Tanta prisa por llegar a lo más alto para permanecer tan poco tiempo allí arriba.
(Publicado en elcorreo.com)