Esta semana nos vamos a un clásico, aprovechando que en los cines puede verse la versión fílmica de un musical basado a su vez en la novela de uno de los grandes autores de la literatura francesa y mundial del siglo XIX.
El argumento es conocido: se trata de la historia de Jean Valjean, un expresidiario que tras un tropiezo inicial se convierte en un hombre ejemplar que empeña su vida en cuidar de la hija de una mujer que ha debido prostituirse para salvar a la niña. Al tiempo, Valjean debe eludir al comisario Javert, un policía inflexible que lo persigue convencido de que tiene cuentas pendientes con la Justicia. La novela plantea el enfrentamiento entre ambos en el contexto de las revueltas de 1832 en París, donde un grupo de jóvenes idealistas planta cara en las barricadas al Ejército en defensa de la libertad. Hay dos conceptos que se ponen en contraste ante el lector: la bondad de quien ha conocido lo que es una vida equivocada, y la rectitud del servidor de la ley que no cree en la reinserción. Hay grandeza en ambos, aunque el lector opta desde el primer momento por Valjean.
Estamos ante una novela vigorosa que, desde el título, toma partido por los pobres y las víctimas de la situación social y las injusticias. Hugo estuvo muy implicado en la política de su tiempo. Incluso padeció un largo destierro a causa de sus ideas, así que su postura es la de alguien muy comprometido. De ahí la emoción y la épica que pone en la descripción de la lucha en las barricadas y en la redención del personaje central, que es un verdadero héroe tras haber cometido unos errores por los que paga un precio altísimo. Y el personaje del policía, aunque pueda resultar antipático, tiene también sus valores: el cumplimiento del deber, sobre todo. El narrador se convierte en un personaje más, que juzga cuanto pasa. Dice Vargas Llosa en un ensayo sobre Los miserables que probablemente sea la última gran obra de la historia de la literatura en la que pasa eso.
Una anécdota: los personajes buenos de Hugo en esta novela son castos. Los malos, no. Algo curioso porque se sabe que el propio autor era un atleta sexual. Incluso hubo momentos en que convivía con su esposa y una amante, y al tiempo requería a las criadas (llevaba hasta la contabilidad de los pagos: del más pequeño por mostrar un pecho al más elevado si la cosa acababa en la alcoba), sin perder tampoco ocasión de meterse en la cama de cuantas aristócratas se ponían a tiro. Que, dada su fama, eran muchas. Paradojas de los grandes genios. Y Hugo lo era. Todo esto lo cuenta Vargas Llosa en La tentación de lo imposible, magnífico ensayo que ayuda a entender mejor las claves de la novela del francés.
La película está muy bien y seguro que se lleva algún Oscar. Pero el libro es un clásico que hay que leer. Ahora puede ser el momento.
(Publicado en elcorreo.com)