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César Coca

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El refugio de la ficción

 
Con la que está cayendo, la ficción es uno de los pocos refugios que nos quedan. Quizá el único. Desde el momento cumbre de la Transición, la confianza en los políticos se ha ido deteriorando hasta extremos alarmantes. Por supuesto, hay causas suficientes para ello. De algunos deportistas que alimentaron nuestros sueños y crearon aureolas de leyenda a su alrededor sabemos ahora que hacían trampa. Y en la vida civil cada vez es más raro encontrar ejemplos dignos de imitación. Los hay, pero con frecuencia tras un destello se apagan o se diluyen en la masa de manera voluntaria, cosa por otra parte comprensible. Ahí está ese policía bilbaíno que salvó a una mujer en el metro de Madrid. Héroe por un día. Hoy nadie recordaría su nombre.

Así que nos quedan los héroes de ficción. Siempre estarán ahí Alonso Quijano y el capitán Ahab, Sherlock Holmes y Jim Hawkins, Julieta y Andrei Bolkonski, Pelagia y Augusto Pérez. Miles de personajes de todo tipo, con sus luces y sus sombras, pero héroes a su manera porque creemos en ellos. Y están los del cine, claro: Indiana Jones y Rick el americano, Tess Harding  y Gareth Peirce y muchos más. Fuertes, inteligentes, pícaros, sabios, resistentes, audaces, discretos, tímidos, orgullosos, dignos, que de todo hay

Los héroes de ficción no nos traicionan nunca. Lo resisten todo: el paso del tiempo, las envidias, las flaquezas humanas, el cambio de modas. Están ahí enseñándonos cómo se pueden hacer las cosas, cómo se puede vencer o ser derrotado pero tratar a ambas, victoria y derrota, como impostores, como nos enseñó Kipling. La ficción es un refugio seguro. Sus personajes nos acompañan, nos guían, nos consuelan. De pocas personas de carne y hueso podríamos decir lo mismo.