No sabía si hablarles hoy del fin del mundo. Al fin y al cabo, si todo se acabara mañana no nos importarían nada la crisis, las enfermedades, el hambre ni la posibilidad de una guerra atómica o de las otras. Pero confío en que todo siga igual. Igual de mal, quiero decir. Pero no peor.
Así que hablaré de la cada vez más habitual fusión de las carteras de Educación y Cultura en una sola. Ha pasado en muchas autonomías, pasó hace un año en el Gobierno central y ha vuelto a ocurrir en el Gobierno vasco. ¿Qué me parece? Pues les voy a confesar que no me gusta. Pero antes les diré que creo que no se cumple el objetivo fundamental por el que se dice siempre que se realiza esa fusión: reducir el gasto. De nada sirve reunir dos departamentos en un solo (se ahorra el sueldo del consejero, algunas secretarias, chófer y poco más, lo que equivale a nada en unas cuentas públicas) si se mantienen todos los organismos y su personal. Y eso es exactamente lo que suele suceder: que toda la estructura, tal cual, se integra en otro departamento, y aquí paz y después gloria.
Dicho todo eso, el segundo efecto es que un área pasa a ser la pariente pobre. En este caso, siempre es Cultura. La educación es uno de los dos grandes capítulos de gasto de cualquier gobierno y por tanto se le dedica siempre la mayor atención. Cultura integrada en Educación será una ocupación menor de la consejera, y eso es lo normal. Lo extraño sería lo contrario. Es decir, que quizá haya un ahorro (mínimo, puramente simbólico) pero lo que es seguro es que la cultura ha salido perdiendo en cuantos gobiernos se ha unido a la educación. No hay más que ver lo que sucede en el Gobierno central. ¿Cuánto habla Wert de Cultura y qué medidas ha anunciado en el año que lleva en el cargo? (Son ustedes muy libres de pensar que es mejor que no anuncie nada).
Por cierto, me encantaría que Cristina Uriarte fuese una magnífica consejera que impulsara la cultura en todos sus ámbitos. Si es así, seré de los primeros en reconocérselo.