En la era de la comunicación, se impone la incomunicación. Los políticos dan ruedas de prensa -por decirlo de alguna manera- en las que no admiten preguntas. O si las admiten es para echar balones fuera y no contestar a nada en realidad. Hay asesores de comunicación estupendamente pagados cuya divisa, que aplican de manera concienzuda a todos sus clientes, es “cuanto menos digas, mejor” (y luego tienen la cara dura de ir dando lecciones de la materia). Hay entrenadores que no conceden entrevistas, y cuando dan ruedas de prensa tienen a bien no mirar siquiera a los periodistas, como si vivieran en otro mundo y tener algún contacto con los informadores, aunque sea visual, contaminara su entorno de alta filosofía. Y otros que padecen una verdadera incontinencia verbal, pero en realidad para no decir nada. Hay novelistas que solo aceptan entrevistas por escrito, no se sabe si porque desconfían de la fidelidad de los entrevistadores a la hora de reproducir sus respuestas o porque quieren medir mucho lo que dicen y no desean correr el menor riesgo de enfrentarse a alguien que les haga hablar más de lo conveniente.
Se trata de no comunicar, de no decir. Y luego encima algunos se quejan de que no se transmiten bien sus ideas o sus políticas. ¿Desde cuándo se logra algo así sin decir nada? Vivimos en un mundo en que todo se transmite en directo o a los pocos minutos de haber sucedido, y todavía hay asesores que piensan que el silencio es rentable, ignorando la vieja máxima -contrastada hasta la saciedad, por cierto- que dice exactamente lo contrario. O políticos, deportistas, intelectuales, artistas, etc. que no han aprendido nada y siguen erre que erre.
Ignoran que cuando no hay información cunden los rumores. Y la literatura llena el hueco enorme que se abre en esos casos. Esto es lo bueno del tema para los aficionados a la lectura. Que el Vaticano es el reino del silencio es algo sabido. Por eso hay tantos libros que especulan con lo que pasa tras los hermosos muros de los palacios vaticanos. Novelas que hablan de crímenes, intrigas, secretos… O libros más o menos de investigación que se leen como si fueran novelas. Ya están empezando a aparecer también títulos de ficción o no ficción que nos hablan de la crisis y sus responsables. O volúmenes en los que los protagonistas son entrenadores o futbolistas. A veces son hagiografías, pero otras no es así y podemos enterarnos de la parte más humana de esos seres tan divinos que no se mezclan con el común de los mortales.
Es nuestra venganza ante todos ellos. La venganza de los escritores y la de los lectores. Si creen que el silencio los va a poner a salvo, se equivocan. En realidad los hace mucho más vulnerables ante esos seres sin piedad que son los novelistas.