Se han entregado los Oscar y los Goya y hemos vuelto a ver que los galardones a los compositores de bandas sonoras son un poco más importantes que los de maquillaje o vestuario pero están muy por debajo (digamos que en el rango protocolario y también en la difusión pública) de otros, incluso de los que se dan a actores noveles o secundarios. Fíjense en un detalle: del Oscar a la mejor banda sonora original por aquí se ha dicho en muchos medios solo que no lo ganó Alberto Iglesias, pero no se ha comentado nada del vencedor.
Y, sin embargo, la música es clave en una película. Hay escenas que recordamos, sobre todo, por la música. O que sin ella pierden buena parte de su capacidad de conmovernos o de evocar determinadas cosas. Incluso hay un puñado de bandas sonoras que recordamos a la perfección (al menos, los temas más importantes) pero hemos olvidado por completo el argumento y los personajes de las películas.
Podemos hacer un curioso ejercicio: cojamos la escena de la ducha de Psicosis y quitémosle el sonido. O el final de Cinema Paradiso, que dieron en la tele el pasado lunes, y en esos tres o cuatro minutos últimos, mientras el protagonista ve la proyección de todos los cortes de los filmes que ha hecho el cura, todos esos besos uno tras otro, prescindamos de la banda sonora. O pongamos en silencio nuestra tele mientras vemos las escenas de la casita en la estepa de Doctor Zhivago, que también acaban de emitir. Y nos daremos cuenta de que la música de Herrmann, Morricone y Jarre subraya de tal manera las escenas que le da una fuerza extraordinaria. Por eso no se entiende esa especie de premios de segunda categoría a los compositores de bandas sonoras. Sin su aportación, las películas perderían buena parte de su atractivo.
(Les dejo aquí los vídeos para que si quieren hagan el ejercicio que les propongo: vean las escenas citadas con y sin música y díganme luego si hay o no diferencia).