Ha muerto Juan Mari Bandrés, personalidad clave de la Transición en el País Vasco (con sus luces y sus sombras, como todos), y lo que me ha venido a la cabeza a propósito de su figura es una anécdota sin la menor relevancia, pero que ha hecho que me planteara una pregunta: ¿Qué pensaría del libro electrónico?
Me explico. Solo una vez estuve con él. No me he dedicado nunca a la información política, así que en realidad no había razón alguna para que lo conociera personalmente. Pero sucede que un día estuvo aquí, en la Redacción de El Correo, y unos cuantos mantuvimos una larga charla con él. No recuerdo cómo salió el tema pero empezó a hablar de libros. No del que estaba leyendo o de alguna lectura reciente, sino de los libros como objeto físico. Habló de que le gustaba el tacto del papel y el de las pastas de los volúmenes, el olor de la tinta y la piel en las encuadernaciones de lujo. En definitiva, las sensaciones que la materialidad del libro suscitaba en él.
Esta mañana, cuando he conocido su muerte, me he acordado de esa escena y de su sonrisa mientras contaba cómo a veces iba a su biblioteca y sacaba de los anaqueles un volumen solo por el placer de tocarlo. “Es como una perversión”, y se reía al decirlo. Ya sé que esto es un detalle del todo insignificante, pero me apetecía contárselo.