No soporto la cursilería.
No soporto las entrevistas en las que el periodista se hace el gracioso y el entrevistado se convierte en un mero comparsa que debe reír sus gracias.
No soporto a quienes confunden la frescura en el estilo con un vocabulario de barra de bar o de adolescente desinhibido. Dicho de otra forma, a quienes creen que la frescura es simpleza.
No soporto a quienes convierten el juego de palabras en un fin, de manera que todos sus textos giran en torno a esos malabarismo verbales que sencillamente no significan nada.
No soporto a los periodistas que insinúan y usan dobles sentidos para no pillarse nunca los dedos y dar la impresión de que saben, aunque no se enteren de nada. Ni a quienes piensan que todos los lectores estamos en el ajo de sus paranoias.
No soporto a quienes por no contrastar o analizar los datos dicen cosas que no significan nada. Y las ofrecen como algo fundamental.
No soporto a quienes se creen por encima de los demás por el hecho de tener un medio, tradicional o moderno, en el que difundir sus historias o sus opiniones.
No soporto a los periodistas militantes de una opción política que ven todo desde la óptica de esa formación (y piensan que los demás son como ellos, pero de otro partido).
No los soporto.