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César Coca

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Es verano, todas las normas quedan en suspenso

Nunca he entendido por qué en verano, y más concretamente en el período vacacional, parecen quedar en suspenso  casi todas las normas de urbanidad y convivencia e incluso en cierta medida algunas disposiciones legales. No comprendo por qué podemos ser groseros, adoptar comportamientos peligrosos, molestar a los demás, ser seres incivilizados, en definitiva, por el simple hecho de estar fuera de casa disfrutando de unos días de descanso. Y me temo que va en aumento.

¿De qué hablo? Les pondré algunos ejemplos:

1. Personas que no respetan el código de circulación y transitan con sus coches o motocicletas por lugares o en sentido prohibidos. O que colapsan el tráfico al dejar sus vehículos ‘tirados’ mientras hacen un recado o se toman una caña. El argumento cuando se les mira con gesto reprobatorio o se hace algún comentario respecto del peligro de su comportamiento o de las molestias causadas suele ser siempre el mismo: “¡Venga hombre! No pasa nada, que estamos de vacaciones…”

2. Ciudadanos con los que te cruzas o coincides en sitios que exigen de una notable proximidad física y ni siquiera saludan. Uno entra, por ejemplo, en un ascensor en el que va alguien (o va en un ascensor al que se sube otra persona) y no contesta al ‘buenos días’ de rigor. Es más, ni te mira. Como si fueras transparente. Y no es un problema de idioma. Bueno, sí lo es. Los extranjeros suelen contestar.

3. Cochinos sin fronteras. ¿Por qué personas que en su casa, once meses al año, reciclan todo, distribuyen su basura en tres o cuatro bolsas y tiran siempre las pilas en el contenedor correspondiente dejan la playa llena de colillas, vasos, papeles y bolsas de plástico?

4. Especialistas en colarse y ganar muchos puestos (y por tanto muchos minutos) en la espera para entrar a un museo o al teatro. La táctica suele ser hacerse el loco. Claro que también se presenta el caso contrario: personas que llegan tan pronto a los sitios que son los primeros y entonces deciden que es mucho más cómodo sentarse en ese banco que está a 25 metros de la puerta del espectáculo al que van a entrar. Y pobre del que se coloque a esperar en el lugar debido. Ellos determinan dónde empieza la fila y cómo ha de formarse, aunque sea contraviniendo todas las leyes de la lógica.

5. Ruidosos por tierra, mar y aire. ¿Nunca se han preguntado por qué hay gente que habla tan alto en vacaciones? Gritan en la playa, en las terrazas, esperando para entrar a un espectáculo, caminando por la calle. Da igual la hora. Y si son las tres de la mañana y alguien les recrimina sus gritos, la respuesta puede ser la del punto 1. “¡Venga hombre! No pasa nada, que estamos de vacaciones…”

Todo esto tiene un agravante: que además quienes hacen todo eso no son conscientes de lo impropio de su comportamiento. Yo he oído cómo una persona que circulaba por una zona prohibida argumentaba por toda defensa y con absoluta seriedad: “Es que yo he venido aquí para divertirme…” Real como la vida misma.

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