Más o menos a la hora que escribo estas líneas, los miembros de la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf estarán por los camerinos y los pasillos de acceso al escenario del Teatro Principal de Vitoria. En unos minutos, y dentro del programa de abono de la Sinfónica de Euskadi (OSE), interpretarán dos obras del gran repertorio: el Concierto para piano Nº 2 de Brahms (con la joven Khatia Buniatishvili como solista) y la Sinfonía Nº 2 de Schumann. Andrey Boreyko, que es el principal director invitado de la OSE, estará en el podio.
Y a esta misma hora también, la OSE habrá llegado a Düsseldorf, donde en la sala de la Tonhalle dará mañana el primero de sus tres conciertos en Alemania. El programa incluye la obertura de Los esclavos felices de Arriaga, el Concierto para violonchelo Nº 1 de Shostakovich (con Gautier Capuçon como solista) y la Sinfonía Nº 5 de Chaikovski. Andrés Orozco-Estrada, titular de la OSE, será su director.
Estos intercambios de orquestas en sus respectivas temporadas son una magnífica oportunidad. Para las formaciones y para sus públicos. Las primeras porque pueden salir, demostrar su calidad, tocar en nuevas salas y ante aficionados distintos de los habituales, percibir cómo es recibida su música por quienes no tienen prejuicios (positivos ni negativos) respecto de ellos, etc. Para el público porque escucha otra forma de plantear las obras y porque puede evaluar la calidad de las orquestas que está acostumbrado a escuchar comparándolas con otras.
La pena es que estamos en crisis y las giras de las orquestas se reducen al mínimo.