Los telediarios de estos últimos días han sido pródigos en noticias de esas que no creeríamos si no fuera porque vienen con el envoltorio de un programa informativo. Dos ejemplos: un establecimiento londinense tiene a la venta un helado de leche materna y en Madrid han puesto en marcha un curso para formar a prostitutas de lujo.
Si a un novelista se le hubiese ocurrido introducir cualquiera de estos dos asuntos en una trama de ficción, lo habría tenido difícil. Hace años, leí una entrevista con García Márquez en la que hablaba precisamente de la dificultad de hacer creíbles determinadas cosas. Creo recordar -espero que me permitan la cita de memoria, con las carencias consiguientes- que ser refería a los problemas que tuvo con una escena concreta de La mala hora, esa novela en la que unos anónimos siembran la discordia en el pueblo donde transcurre la acción, y que para mí es la menos lograda de su autor.
Pues bien, ¿cómo haríamos para introducir una heladería en la que venden un cremoso de leche materna sin que parezca puro surrealismo? ¿O para enviar a la protagonista a un curso como los de Madrid (de 600 a 750 euros por las clases) sin que se parta de risa el lector, y no precisamente por la comicidad de la escena?
Empiezo a pensar que casi todo lo que se le ocurre a los novelistas puede suceder en la realidad, mientras que cada vez hay más cosas reales que son imposibles en la ficción. Es una exageración, por supuesto, pero cada vez menos.