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César Coca

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Acordes celestiales (la música de la Navidad)

En el principio, fueron los villancicos. Villancicos que solo en una fecha relativamente tardía fueron asociados a la Navidad, porque inicialmente eran canciones sobre casi cualquier tema (incluidos algunos subidos de tono). Temas anónimos, que pasaban de generación en generación y de pueblo en pueblo. Muchos de ellos han llegado hasta nosotros. Solo sabemos su título –puede incluso que tenga varios, según la zona en la que se interpretan– pero no ha quedado ningún recuerdo de sus autores.

Para encontrar un número elevado de partituras elaboradas y solemnes destinadas a ser interpretadas en Navidad hay que esperar al barroco. Tiene todo el sentido: la Iglesia es en ese tiempo el principal contratante de los compositores –el otro es la Corona– y encarga música para todos los acontecimientos litúrgicos. La Navidad y la Pasión son los dos más importantes del año, así que resulta lógico que cuenten con el mayor número de obras.

Una de las primeras grandes colecciones de ese estilo es el conjunto de Conciertos de Navidad de Arcangelo Corelli, que tuvo muchos imitadores. Pero las obras más conocidas son las de Haendel y Bach. El primero compuso una de las obras más célebres de todos los tiempos:el Mesías, cuya primera parte ilustra la Navidad. Una música de gran brillantez, solemne y al mismo tiempo gozosa.

El Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach es una obra algo más concentrada, pero también feliz, como corresponde al momento litúrgico y al texto que interpretan solistas y coros. También Telemann escribió una Cantata de Navidad que figura entre las obras más hermosas de este género.

Hay que esperar al romanticismo para que la Navidad sea de nuevo fuente de inspiración musical. Y en este caso no tanto porque la Iglesia contrate a los compositores como porque estos se interesan por determinados episodios de la historia del cristianismo. No se olvide que ese movimiento artístico recuperó numerosos mitos y figuras de la antigüedad, y ese es el contexto en el que se entiende esa recuperación del nacimiento de Jesús como motivo. El francés Héctor Berlioz, cuya vida no fue precisamente un ejercicio de ascetismo, escribió La infancia de Cristo, un oratorio en tres partes que contiene una música de intensa belleza.

Al otro extremo de Europa, en Rusia, Chaikovski escribió otra obra de inspiración específicamente navideña, aunque sin elementos religiosos: es el ballet Cascanueces, basado en un cuento de Hoffman y cuya acción transcurre en una Nochebuena. Tan asociado está a esa festividad que muchos teatros del mundo lo programan en estas fechas, con la misma regularidad que el Concierto de Año Nuevo en Viena.

Los citados hasta ahora son nombres ilustres en la historia de la música. Pero el más famoso tema navideño de todos los tiempos es, paradójicamente, obra de autores que han pasado a la posteridad por esa única partitura, apenas unos minutos de música sencilla y bellísima. Se trata de Noche de paz, obra del compositor Franz Xaver Gruber y el sacerdote Joseph Mohr. Una pieza para guitarra y coro, que en 2018 cumplirá dos siglos y que ha sido objeto de miles de versiones.
En esa categoría de piezas breves hay otras con firmas ilustres: el Ave María de Schubert y el de Bach (arreglado por Gounod), la Danza alemana Nº 3 k. 605 de Mozart (Trineo), Wiegenlied de Brahms y unas cuantas más. Incluso el siglo XX aportó dos títulos fundamentales: White Christmas de Irving Berlin, asociado para siempre a la Navidad en buena parte gracias a los centenares de películas estadounidenses en las que suena como fondo mientras se ven calles repletas de árboles iluminados y Father Christmas por doquier. El segundo tema es Sleigh ride (Trineo) de Leroy Anderson, una obra a la que también el cine ha convertido en símbolo de la Navidad.

La mayor parte de los villancicos españoles más célebres, esos que se cantan estos días de Galicia a Andalucía, de Extremadura a Euskadi, son anónimos. Se trata de canciones tradicionales a las que no es fácil seguirles la pista. Algunas han venido de América. Otras han hecho el camino de ida y vuelta.

Pero no solo son anónimos Los peces en el río y villancicos similares. También muchos de los grandes temas anglosajones y centroeuropeos lo son. El tamborilero, por ejemplo, en un tema checo tradicional. En esa misma categoría de canciones tradicionales y anónimas están títulos que a todos suenan: Ding dong! Merrily on high, The twelve days of Christmas, O little town of Bethelem, Deck the hall y otros muchos. Uno de los más bellos es Adeste fideles (hay una versión casi pop de Luciano Pavarotti y Trisha Yearwood que roza lo sublime). No es anónimo en cambio el célebre Jingle bells, obra de James Pierpont, compuesto hacia 1857.

Los más rentables desde el punto de vista económico tienen padres conocidos: el que está más de moda, el que suena más en los últimos tiempos, lo mismo en los comercios que en la radio, es Let is snow, escrito por Sammy Cahn y Jule Styne a mediados del siglo XX. Lo han interpretado y grabado decenas de artistas, entre ellos Frank Sinatra, que lo convirtió en un superventas. Hace tres años lo grabó Michael Bublé, en un álbum dedicado íntegramente a la Navidad y de nuevo fue un gran éxito.

Es lo que sucede también con The Christmas Song, compuesto en 1944 por Mel Tormé y Wells Bob. Lo popularizó Nat King Cole y ha tenido versiones a cargo de numerosos solistas, hasta el extremo de que algunos estudios dicen que es el villancico más cantado de todos los tiempos. La última, o quizá solo la penúltima grabación, corrió a cargo de Christina Aguilera.

(Publicado en Territorios, 24-XII-10)