Luis Vélez de Guevara creó en el siglo XVII un personaje que volaba sobre Madrid y veía cuanto sucedía dentro de las casas. La literatura entraba así en el terreno de la intimidad del hogar, fueran cabañas o palacios, y mostraba lo que podía pasar en su interior. Una creación novelística, por supuesto, porque el escritor sin duda sabría de las conversaciones y hechos ocurridos en algunos lugares pero ignoraría todo sobre la inmensa mayoría. Así que lo imaginó, que esa es la esencia de la literatura. Para dar fe notarial de los hechos están la historia y el periodismo. La literatura es otra cosa, aunque exista una corriente cada vez más caudalosa que algunos denominan novela de no ficción y que parte, a veces con asombrosa fidelidad, de hechos ciertos para convertirlos en literatura gracias al tratamiento de personajes y situaciones. Pero incluso ahí siempre hay un hueco para la ficción, para las hipótesis razonables o la historia de lo que no sucedió, y pienso tanto en Anatomía de un instante como en La conjunta contra América.
Ahora bien, ¿qué puede suceder cuando llegue el día, me temo que no muy lejano, en que ya no haya espacio alguno reservado a la intimidad? Me explico: las calles están llenas de cámaras de TV con una u otra función pero que registran nuestro paso. Los lugares públicos, sean oficinas, tiendas o estaciones de metro, también cuentan con vigilancia electrónica. Y no se le ocurra a usted hacer el payaso mientras camina por el pasillo de un hotel, rumbo a su habitación, porque con seguridad hay alguien viéndole. Por supuesto, nuestros datos personales, comentarios, fotos, sueños y frustraciones están en Internet al alcance de más de 6.000 millones de personas.
¿Qué queda a la imaginación? Respuesta: nada o casi nada.
Me parece que la gran dificultad de la literatura de ficción de hoy -y del cine, no hay más que ver su pobreza argumental desde hace ya bastantes años- es contar cosas diferentes. Contar algo que no esté a disposición de todo el mundo. La historia de un personaje que no conozcamos o que no tengamos posibilidad de conocer. Quizá por eso la literatura actual cuenta sobre todo lo que sucede en la cabeza de los personajes mucho más que sus acciones. Aún no hay cámaras que penetren en nuestro cerebro y recojan lo que pasa por allí. ¿A quién le interesaría hoy una novela que levantara los tejados de las casas y nos mostrara lo que sucede? Basta con ver la batería de pantallas que hay en las cabinas de control del metro o un modesto supermercado para hallar una variedad mayor de personajes y actuaciones. Quienes no leen nada argumentando que todas esas historias que los lectores buscamos en los libros están en facebook o youtube tienen algo de razón, aunque me fastidie reconocerlo. Lo único que no encuentran ahí es la belleza de la palabra bien escrita y los pensamientos reales de las personas. Lo demás está casi todo.